Soñar, pero a costa de qué?

Una escucha con tanta insistencia que «hay que perseguir sus sueños», que no cejemos en la búsqueda de este, que no se puede dejar de soñar, etc, etc, etc.

Pero yo, que quizás sea muy dura, cínica y con los pies demasiado puestos en la tierra (algo muy improbable para una pisciana pensaría Walter Mercado), creo que cuando uno llega a cierta edad o tiene ciertas condiciones y ese o esos «sueños» no se han materializado, llega el momento de replantearse esa idea.

Por ejemplo, si mi sueño fuera ser una misionera, y viajar a Africa a ofrecer mi ayuda, mis conocimientos a niños hambrientos, enfermos, etc. Pero que sucede, estoy casada, tengo hijos, no tengo dinero suficiente, blah blah blah. Cómo, en mi caso, me iría yo y abandonara mis responsabilidades porque «ese es mi sueño».

No sería mejor adaptarlo a mi situación, ayudar a una organización local, ofrecer mis servicios en hospitales o albergues del país, donar dinero, comida o tiempo a instituciones sin fines de lucro.

Yo, particularmente, no puedo concebir como pasa el tiempo y sigo pensando «en cuando salí de la universidad», «o cuando yo trabajaba en..» o «cuando hacía tal cosa», sin prepararme para esa meta, para ese fin.

Muchos perdemos el tiempo detrás de sueños improbables, y nos perdemos en ese bosque, en el cual no disfrutamos de los árboles, y se nos va la vida en nada, en soñar y en creer que  seremos «adolescentes eternos» y que tenemos toda la vida para alcanzarlos.

Debemos abrir los ojos, y con honestidad, y con una muy personal e introspectiva visión de nuestras vidas, revisar esos sueños y analizar la probabilidad de que esos sueños se conviertan en realidad, mientras a disfrutar el día a día y los retos que trae consigo.