Cuando una persona se ha fijado una meta clara, específica y firme, y está dispuesta a hacer el esfuerzo que sea necesario para alcanzarla, comienza de inmediato a recibir ayuda, tanto de Dios como de los hombres.
Desde luego, nadie puede realmente ayudar a otro. Solo podrá ayudarlo a ayudarse a sí mismo. Si tienes un amigo drogadicto, por ejemplo, nada de lo que le digas ni nada de lo que hagas podrá ayudarlo, hasta que el mismo no se haya fijado la meta de librarse de su vicio. Si conoces a alguien estancado en su empleo, inundado de pesimismo y sumergido en la inercia, sabes de lo que estoy hablando. Mientras no se encienda una llama en su interior, nadie podrá ayudarlo. Rebatirá todo intento de orientación y estímulo diciendo que la culpa de su fracaso es de los otros. Será culpa de los Yanquis, de los Rusos, del gobierno, de su familia, de su jefe o de sus genes, pero nunca suya. Esa persona no encuentra porque no busca, no se le da porque no pide, no se le abre porque no se toma la molestia de llamar.
El primer movimiento siempre ha de surgir del interior de la persona. Otros podrán orientarnos, sugerirnos, o tratar de motivarnos, pero nunca podrán tomar decisiones por nosotros. Como expresó Séneca:
«Gran parte de la cura,
es desear curarse»
(Del libro Tiene usted una mentalidad de éxito? de Luis García Dubus. Imagen de Google)